XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Solemnidad
Noviembre 15 de 2020
Proverbios 31,10-13.19-20.30-31; Salmo 127; 1 Tesalonicenses 5,1-16; Mateo 25,14-30
Los talentos, las capacidades, los dones o los carismas son un tema importante en la literatura bíblica y hoy aparecen en el centro del relato del evangelista San Mateo con esta parábola que Jesús propone a sus discípulos. La parábola es un recurso pedagógico usado para hablar de cosas importantes, aún más, trascendentes, con ejemplos o narraciones de la vida normal y cotidiana. La parábola ofrece ejemplos tan claros que casi no quedan preguntas por hacer en cuanto al tema abordado.
La parábola de los talentos nos indica que Dios nos ama tanto hasta no solo habernos dado la vida, sino que ha adornado nuestras existencias con cualidades y capacidades que le dan a nuestras vidas unas especiales importancias, además del valor de ser sus hijos. El dotarnos de talentos es de parte de Dios un gesto de confianza y de especial atención con cada uno de nosotros. A cada uno da capacidades distintas y de cada uno espera rendimientos proporcionados a lo entregado; pero lo más importante es que a cada uno Dios entrega talentos con igual amor y con la ilusión de vernos brillar con ellos y que nuestra vida resplandezca delante de Él y delante de todos.
Esta parábola también nos habla de un lugar nuestro en el curso de la historia y en el plan de Dios, en su historia de gracia y de salvación; de una tarea específica para cada uno y de un personal compromiso en el escenario del mundo, y así también en los designios de Dios y en su historia de salvación.
Es una parábola que pregona nuestra importancia para Dios y para la humanidad, indica que somos destinatarios personales del amor de Dios y de sus cuidados y atenciones y que tenemos unas caracterizaciones personales con cualidades, capacidades, dones y carismas muy propios. Si se apagan o descuidan estos talentos, nuestra vida se desluce y desentonamos en el concierto del amor de Dios en la historia humana y, a la vez, perdemos el sabor del amor divino entre en nuestras relaciones y proyectos.
La hermosa descripción de la mujer buena y grata a los ojos de Dios y al concepto de los hombres, presentada en la primera lectura, nos sugiere que la mujer por ser tal está dotada de unos especiales talentos que de por sí le dan una identidad esencial y, por lo mismo, insustituible en su participación en la historia y en su talante en los escenarios de la fe y en el plan divino de salvación.
Finalmente, esta parábola nos habla de un momento y ocasión de rendición de cuentas, de un momento de juicio, que corresponde al día del encuentro con el señor y dador de los talentos cuando quiera hacer balance de la historia y de sus bienes.
El día de juicio, ampliamente mencionado en la segunda lectura, nos ayuda a entender el sentido de otro tema notorio en los textos bíblicos de este domingo: el temor del Señor. Se trata del temor del Señor como una virtud de la persona buena y sabia, y como una virtud que garantiza una existencia feliz y colmada de bendiciones. La mujer temerosa del Señor merece toda alabanza, nos dice el libro de los Proverbios, y dichoso el que teme al Señor aclamamos con la oración del salmo iterleccional de hoy, porque el temeroso de Dios comerá del fruto de su trabajo, será dichoso, le irá bien.
El temor del Señor es esa cualidad que nos predispone a estar vigilantes en nuestras buenas relaciones con Dios, a seguir sus caminos, y así a estar bien y ser felices; a merecer sus bendiciones y, por otro lado, a evitar ofenderlo guardando el orden querido por Él en sus eternos y benevolentes designios.
El temor de Dios, que es un don del Espíritu Santo, nos ayuda a mantenernos vigentes y pulcros en la verdadera religiosidad y en la vida bienaventurada. También nos ayuda a estar pendientes del juicio eterno de nuestra vida anhelando, por la fe en Dios y en sus promesas, que al final Dios nos diga: Muy bien, eres un servidor fiel y cumplidor, como has sido fiel en lo poco te daré un cargo importante, pasa al banquete de tu Señor.
Frase para recordar: Mujer hacendosa vale más que las perlas, su éxito es proclamado y sus obras son alabadas en la plaza.
POEMA
Homilía de un autor del siglo segundo
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Seamos también nosotros de los que alaban y sirven a Dios, y no de los impíos, que
serán condenados en el juicio. Yo mismo, a pesar de que soy un gran pecador y de que no
he logrado todavía superar la tentación ni las insidias del diablo, me esfuerzo en practicar
el bien y, por temor al juicio futuro, trato al menos de irme acercando a la perfección.
Por esto, hermanos y hermanas, después de haber escuchado la palabra del Dios de
verdad, os leo esta exhortación, para que, atendiendo a lo que está escrito, nos salvemos
todos, tanto vosotros como el que lee entre vosotros; os pido por favor que os arrepintáis
de todo corazón, con lo que obtendréis la salvación y la vida. Obrando así, serviremos de
modelo a todos aquellos jóvenes que quieren consagrarse a la bondad y al amor de Dios.
No tomemos a mal ni nos enfademos tontamente cuando alguien nos corrija con el fin de
retornarnos al buen camino, porque a veces obramos el mal sin darnos cuenta, por
nuestra doblez de alma y por la incredulidad que hay en nuestro interior, y porque
tenemos sumergido el pensamiento en las tinieblas a causa de nuestras malas tendencias.
Practiquemos, pues, el bien, para que al fin nos salvemos. Dichosos los que obedecen
estos preceptos; aunque por un poco de tiempo hayan de sufrir en este mundo,
cosecharán el fruto de la resurrección incorruptible. Por esto, no ha de entristecerse el
justo si en el tiempo presente sufre contrariedades: le aguarda un tiempo feliz; volverá a
la vida junto con sus antecesores y gozará de una felicidad sin fin y sin mezcla de tristeza.
Tampoco ha de hacernos vacilar el ver que los malos se enriquecen, mientras los
siervos de Dios viven en la estrechez. Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el
combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la
corona en la vida futura. Ningún justo consigue en seguida la paga de sus esfuerzos, sino
que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase en seguida a los justos, la
piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos
por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos
hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad.
Al solo Dios invisible, Padre de la verdad, que nos ha enviado al Salvador y Autor de
nuestra incorruptibilidad, por el cual nos ha dado también a conocer la verdad y la vida
celestial, a él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
+ Ovidio Giraldo Velásquez (Obispo de Barrancabermeja)