En el Domigo día del Señor y Solemnidad de todos los Santos, Monseñor Ovidio Giraldo Velásquez, comparte con toda la comunidad diocesana, la reflexión de la Palabra de Dios que corresponde al XXXI Domingo del Tiempo Ordinario. Nos dice el Señor Obispo en su mensaje que "para la comunidad de los santos y elegidos el precio es no sólo haber renacido a vida nueva y vida en abundancia por la virtud de la sangre pura del Cordero de Dios, sino que también esa plenitud personal o bienaventuranza requiere la propia sangre, el todo de la propia vida, la palma del martirio. Dichosos ustedes cuando los insulten y los persigan y calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo; es la última sentencia del Señor en este pasaje".
A continuación la reflexión:
XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Solemnidad de Todos los santos
Noviembre 1 de 2020
Apocalipsis 7,2-4.9-14; Salmo 23; 1 Juan 3,1-3; Mateo 5,1-12a
Las bienaventuranzas o felicidades son el tema del Evangelio de este domingo. Un pasaje tan conocido y tan bien recordado que casi no necesita presentación; un discurso que fascina pero que también estremece. Jesús lo pronunció desde una parte alta sobre una loma, lugar desde el cual podía hacerse oír de un buen número de personas. Este pasaje es fascinante porque ofrece un elenco de actitudes como una poética hoja de ruta para el seguimiento de Jesús y la experiencia del reinado de Dios; y es estremecedor porque sus exigencias contrastan con tendencias muy arraigadas en las personas y en las culturas de muchos pueblos.
Jesús habla desde lo alto porque esta propuesta de vida corresponde al modo como el reinado de Dios va aconteciendo en nuestras existencias, para hacer que el cielo vaya teniendo lugar ya en nuestras vidas y comunidades. Las bienaventuranzas nos ponen en dirección del corazón tiernamente amoroso de Dios y hacia la verdad de su amor.
De entre todos los pueblos se destacan los ciento cuarenta y cuatro mil elegidos, es decir, los descendientes de las doce tribus de Israel (el antiguo pueblo de Dios) y de los doce apóstoles (el nuevo pueblo de Dios), tantos que son una muchedumbre inmensa que nadie puede contar, provenientes de toda raza, lengua pueblo y nación, con vestiduras blancas porque han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero inmaculado. Esta es la comunidad de los santos que la Iglesia hoy honra de manera solemne. Son tantos que son incontables, pero todos han renacido a la novedad de vida del orden de cosas de Dios, y habiendo llegado a un nivel muy alto de plenitud en la virtud cristiana hoy los exaltamos por tener parte también en la plenitud de la bienaventuranza eterna.
La oración del salmo interleccional (salmo 23) nos indica también este camino de perfección: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón que no confía en los ídolos.
Y el pasaje de la primera carta de San Juan, también oído este domingo, nos recuerda que somos hijos de Dios y que nuestro destino es ser semejantes a Él.
Para la comunidad de los santos y elegidos el precio es no sólo haber renacido a vida nueva y vida en abundancia por la virtud de la sangre pura del Cordero de Dios, sino que también esa plenitud personal o bienaventuranza requiere la propia sangre, el todo de la propia vida, la palma del martirio. Dichosos ustedes cuando los insulten y los persigan y calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo; es la última sentencia del Señor en este pasaje.
De hecho, ser pobre, ser sufrido, llorar, tener hambre y sed de justicia, ser misericordioso, ser limpio de corazón, trabajar por la paz, ser perseguido por causa de la justicia, implica una no poca cuota de confrontación, persecución, anulación, malquerencia e, incluso, cárceles, juicios y martirio de sangre.
Al final todos los creyentes vamos lavando nuestras vidas en la sangre del Cordero para llegar a ser puros y relucientes ciudadanos de su reino; es decir, nos vamos purificando en la práctica de la virtud cristiana y en el cumplimiento de las bienaventuranzas, hasta configurarnos con Cristo, el bienaventurado por excelencia.
Que en los momentos de prueba nos anime, además del amor fiel y firme de Dios, la convicción de la primera parte del salmo de hoy: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes; él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.
El texto del Apocalipsis, escuchado en la primera lectura, con su alusión a una muchedumbre que no se puede contar - proveniente de toda raza, lengua, pueblo y nación – nos indica que el llamado a la santidad, a la vida bienaventurada, es para todas las personas, para todos los habitantes de la tierra, para todas las naciones. Esto es lo que en la Iglesia llamamos “universalidad de la salvación”, obrada por Cristo.
No olvidemos recordar e invocar hoy a la Bienaventurada Virgen María, a su bienaventurado esposo San José y a otros bienaventurados que hemos ido conociendo en nuestra vida de fe.
¡Feliz día de Todos los santos!
Frase para recordar: Del Señor es la tierra y cuanto la llena.
POEMA
Himno de la Liturgia de las Horas
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Peregrinos del reino celeste,
hoy, con nuestras plegarias y cantos,
invocamos a todos los santos,
revestidos de cándida veste.
Éstos son los que a Cristo siguieron,
y por Cristo la vida entregaron,
en su sangre de Dios se lavaron,
testimonio de amigos le dieron.
Sólo a Dios en la tierra buscaron,
y de todos hermanos se hicieron.
Porque a todos sus brazos abrieron,
éstos son los que a Dios encontraron.
Desde el cielo nos llega cercana
su presencia y su luz guiadora:
nos invitan, nos llaman ahora,
compañeros seremos mañana.
Animosos, sigamos sus huellas,
nuestro barro será transformado
hasta verse con Cristo elevado
junto a Dios en su cielo de estrellas.
Gloria a Dios que ilumina este día:
gloria al Padre, que quiso crearnos,
gloria al Hijo, que vino a salvarnos,
y al Espíritu que él nos envía. Amén
+ Ovidio Giraldo Velásquez (Obispo de Barrancabermeja)