XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Solemnidad
Octubre 25 de 2020
Éxodo 22,21-27; Salmo 17; Tesalonicenses 1,5c-10; Mateo 22,34-40
Hay un mandamiento principal con otro mandamiento igual de importante, y ambos sostienen todos los mandatos divinos de la revelación bíblica del Antiguo Testamento; mandamientos que Jesús, el Señor, ratificó y convalidó con su vida y su palabra. Se trata del mandamiento del amor a Dios y al prójimo; un amor que ha de ser como debe ser: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, por ser Dios; y al prójimo un amor como a sí mismo, pues es de nuestra misma condición y destino.
En el amor a Dios se llega al prójimo porque allí encontramos que Dios, que sabe amar con amor fiel y firme, extiende su amor a todos nuestros semejantes por la sencilla razón de que también ellos todos son hijos de Dios. Y en el amor al prójimo llegamos al amor a Dios, porque queriendo ir en serio en el amor a los semejantes encontramos que son heredad de Dios, pertenencia divina. Amor a Dios y amor al prójimo son realidades conmutables no sólo en la formulación sino principalmente en la experiencia. Es decir, a Dios llegamos por vía del conocimiento honrado de sus atributos y de su historia de revelación, o también llegamos por vía del conocimiento sincero de nuestros semejantes. Y al prójimo también podemos llegar a través del conocimiento de Dios. En pocas palabras, conociendo a Dios descubrimos qué son nuestros semejantes, y acercándonos a los semejantes descubrimos a Dios.
Todo lo anterior quiere decir que conocer y amar a Dios y al prójimo es todo un proyecto de vida, debe ser nuestro proyecto de vida, nuestro encanto, nuestro desvelo. En ello está el sentido de nuestra existencia y la ruta de la felicidad, es decir, de la realización personal, del gusto por ser y existir, de la alegría de ser lo que somos.
Pero amar no es discurso ni ropaje, amar es una realidad tal que mueve todas las fibras de nuestro ser, una realidad que envuelve todas nuestras situaciones de vida; donde está tu tesoro está tu corazón, dijo Jesús. O sea que el amor termina definiendo nuestro comportamiento, nuestros sueños e intenciones; y termina implicando nuestro tiempo y dinero, nuestro pensar, sentir y obrar. De todo esto da buena razón el contenido de la primera lectura de este domingo, tomada del libro del Éxodo. En este pasaje Dios manda amar al prójimo con tal firmeza y decisión ue se tenga preocupación por el huérfano, la viuda, el forastero y el pobre, y el cumplimiento de este mandato viene respaldado por Dios mismo porque Él se ocupa de nuestro prójimo y de todos nuestros semejantes, comenzando por los más frágiles y necesitados. Si tu prójimo grita a mí yo lo escucharé, es la última afirmación de Dios en esta lectura.
Jesús es el camino y la verdad de estos mandatos. Él supo asumir en toda su pureza la doble exigencia de amar a Dios con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas, y, a la vez, supo amar al prójimo como a sí mismo. Por ello se infiere la importancia del seguimiento de Jesús. Conocer y seguir a Jesús lo es todo, dice el beato padre Antonio Chevrier en su libro “El verdadero discípulo”. Padre, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo, suplicaba Jesús en su oración del texto de Juan 17. Y no hay bajo el cielo otro nombre por el cual debamos ser salvados sino el de Jesucristo, afirmaba el apóstol Pedro delante del Sanedrín aún en bajo amenaza.
Ser discípulos y misioneros de Jesús es lo mejor que nos puede suceder, y cuidar este seguimiento y vínculo es nuestra principal ocupación. En esta consideración se puede entender la poética sentencia de Santa teresa de Jesús: quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta.
Frase para recordar: Fuimos hechos en el amor y para el amor.
POEMA
Veisme aquí
.
Veisme aquí mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón.
Yo le pongo en vuestra palma
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz cumplida,
flaqueza o fuerza a mi vida,
que a todo diré que sí.
¿Qupé queréis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
Dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida, dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad,
soberana Majestad,
solo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar,
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
(Santa teresa de Jesús
Ovidio Giraldo Velásquez (Obispo de Barrancabermeja)